Mi tributo a Tonino Valerii
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Cartel original de "Sumario sangriento de la pequeña Estefanía".
La noticia de la muerte de Tonino Valerii el pasado día 13 me ha cogido con un exceso de trabajo y no he podido despedirle debidamente. Aun así, no quiero dejar de dedicar unas líneas, por mínimas que sean, al cineasta que -junto con Julio Salvador en La tumba de la isla maldita (1973)- mejor retrató a la maravillosa Patty Shepard. Cierto que también fue aquel para quien ella se mostró con más generosidad. Sumario sangriento de la pequeña Estefanía (1972), un giallo canónico, fue el título en cuestión.
El perfil biográfico del finado es sencillo: nace en Abruzos (Italia), estudia dirección en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma y se emplea como ayudante de dirección de Camillo Mastrocinque en la interesante La maldición de la Karstein (1964), cuyo guion -en la estela de Carmilla (1872), del gran Sheridan Le Fanu-, coescribe junto Ernesto Gastaldi. Idénticas ocupaciones, coguionista y ayudante de dirección, desempeñó Valerii en Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1964). En La muerte tenía un precio (Sergio Leone, 1965) sólo fue ayudante de dirección.
Con todo, la fuente de muchas de las anécdotas de la Trilogía del Dólar de Leone que circulan entre la cinefilia es Valerii. De todas aquellas amenidades yo me quedo con la referida al descubrimiento del Techniscope por parte de Massimo Dalamano, el director de fotografía de Leone en Por un puñado de dólares y La muerte tenía un precio. Estaba llamado a ser uno de los grandes realizadores de giallo -¿Qué habéis hecho con Solange? (1972)- y el terror italiano en los años venideros -El medallón ensangrentado (1975)-.
De los formatos en Scope existentes cuando yo era un niño, el Techniscope era el más barato porque durante el rodaje comprimía el fotograma, descomprimido con posterioridad en la proyección. Se ahorraba así la mitad del negativo sin renunciar a la pantalla de gran formato. Salvo la correspondiente reducción de la calidad de la imagen, todo eran ventajas con el Techniscope y La Jolly, la productora de Por un puñado de dólares, decidió emplearlo.
Pero aquella pantalla, extremadamente rectangular, imponía su servidumbre a esos primeros planos capitulares en el spaghetti western. Recordaba Valerii que "Dallamano fue la primera persona en comprender que el nuevo formato significaba que necesitabas otro tipo de primer plano, una especie de auténtico primer plano, que enmarca el rostro desde la barbilla hasta la parte inferior de la frente, con el objeto de no perder los pequeños detalles de las facciones". Sólo quienes aman cuanto concierne al cine son capaces de valorar debidamente estas consideraciones.
Y hubo otro libreto de Valerii, también coescrito junto a Gastaldi, que fue origen de otra cinta de miedo memorable: Los largos cabellos de la muerte (1964), de otro de los grandes del fantástico italiano: Antonio Margheriti. Si no fuera por Sumario sangriento de la pequeña Estefanía, Creo que me quedaría con el Valerii guionista. De hecho, en las carteleras de mi adolescencia, era frecuente encontrarse con títulos como Una razón para vivir y una para morir (1972) o Mi nombre es ninguno (1973), dos euro westerns dirigidos por Valerii. El segundo trufado por la saga de Trinidad, las comedias que protagonizaba a la sazón Terence Hill, también intérprete principal de Mi nombre es ninguno. Pero a mí no me atraían demasiado.
He escrito en más de una ocasión que del giallo estimo, por encima de cualquier otra consideración, su capacidad de devolverme a un mundo que conocí: la España -o la Italia, siempre tan parecida a mi país- de los años 70. Aprecio el landismo por el mismo procedimiento: su capacidad de devolverme a la década anterior. Con ese telón de fondo, elevo dos giallos por encima de los demás. El primero es Una mariposa con las alas ensangrentadas (Duccio Tessari, 1970) porque la chica es mi queridísima Carole André, "clavadita", como se decía entonces, a las que me gustaban a mí en la vida real.
El otro de mis giallos favoritos es este de Valerii al que me refiero. Y lo es por ese plano de la gran Patty. No por la generosidad con que nos muestra sus encantos una de las mujeres más bellas de toda la historia del cine español -aunque también-. Yo adoró ese plano por el pudor de mi dilecta, que el cineasta retrató a la perfección. Aquel último rastro de su recato al mostrarnos su belleza en todo su esplendor, también era el mismo de las chicas que, en aquel tiempo, lo hacían para un chico por primera vez. Aún temerosas, dubitativas, arrastradas por la revolución sexual, que tuvo en el destape de las actrices una de sus más genuinas expresiones, proporcionaban a quien las miraba una de las grandes visiones de su adolescencia. Y ellas, las musas de aquel cine, chicas al cabo de aquel tiempo que se veían abocadas a mostrarse para trabajar, sentían al hacerlo el mismo pudor. Valerii sintetizó en ese plano de la maravillosa Patty toda esa dicha pretérita. Vayan por tanto estas líneas como reconocimiento a un cineasta que merecería muchas más. Que la tierra sea leve a alguien que supo retratar tanta belleza, aún tan conmovedora tantos años después.
Publicado el 25 de octubre de 2016 a las 11:30.